domingo, 8 de marzo de 2009

La sensatez de Venus

Yo podría, así de fácil, sacar mis cerillos del pantalón tabaquiento que usé ayer, pararme afuera de mi casa y quemarle los pelos del brazo al primer señor que pasara. ¿Qué me impide hacerlo ahora mismo, que me daría una terrible pena la tristeza del señor por el olor de sus vellos quemados o que hacerlo podría traerme consecuencias? La persona no camina cuidándose de que no le queme los pelos del brazo algún habitante de las casas frente a las que pasa. Confía, sin razonar que lo está haciendo, en que nadie hará algo tan simple y fácil como eso. No esperamos comportamientos ilógicos porque se supone que confiamos en un orden; un orden social que se basa en la confianza a la sensatez.

Todos somos confiados, y el que diga que es un desconfiado lo dice sin saber de qué está hablando. Siempre estamos confiando en la sensatez de los demás, la damos por hecha basándonos en la lógica y la razón con que nosotros mismos hacemos las cosas.

Es muy fácil. A diario salimos a la calle confiadísimos de esto, cosa que no tenemos por qué dejar de hacer, pero lo voy a poner de esta manera: desde que sales de tu casa y cruzas la calle, o te subes a tu carro o al metro o al camión o al taxi, vas confiado de que los demás serán sensatos y de que harán lo que deben de hacer (o que no harán lo que no deben de hacer, que es lo mismo a fin de cuentas). Si cruzas un semáforo en verde sin hacer alto, confías en que nadie se va a pasar el rojo. Si entras en algún edificio estás confiando en que quienes lo construyeron lo hicieron bien y no se va a desplomar mientras estás dentro. Si tomas o comes algo confías en quien lo preparó o empaquetó. Si estás junto a alguien (en alguna fila eterna o caminando en la banqueta) confías en que por su sensatez, no harán la simple acción de sacar de su bolsa cualquier objeto afilado y encajártelo entre dos costillas, o que no te meterán el pie, o que no te empujarán hacia la calle cuando vaya pasando un camión de coca-cola, etc, etc, etc. Siempre se confía en la sensatez de los demás, desde los comportamientos más simples hasta el hecho de que hagan bien su oficio.

No se puede decir que se es desconfiado. Todos estamos confiando siempre y lo hacemos sin siquiera darnos cuenta. Hay algo que siempre está ahí con nuestra confianza de sombrero sin merecércela y damos por hecho que el decirse desconfiado no incluye tenerle una eterna confianza a esta supuesta característica humana.
Tú crees que yo soy sensato y lo mismo de ti estoy esperando. Por eso nos sorprenden las imprudencias, la delincuencia, los accidentes, los crímenes. ¿Qué es lo que nos hace falta entonces? ¿Dejar de confiar ciegamente en la sensatez o intentar ser más sensatos? ¿Qué nos mantiene queriendo vivir dentro de ese orden? ¿Que si nos salimos tendremos que acatar las consecuencias o que sencillamente somos "buenos" y hacemos por gusto lo que nos toca hacer para que todo funcione como debe de ser? Tenemos una mentalidad de vigilados, siempre hemos vivido en sociedades basadas en la recompensa y el castigo, enfrascados por la religión, la moral y las leyes. Si hacemos el bien es por pensar en el premio, si no hacemos el mal es por pensar en el castigo. Y si sigue habiendo tantas manchas sociales como secuestros, narcotráfico, corrupción, ejecuciones, etc. es porque las consecuencias de participar en estas manchas han ido desapareciendo o son esquivables. Qué pasaría si mañana dijeran los poderes que es legal matar a otras personas, que puedes quitarle la vida a alguien y ya no habrá ningún castigo. No me quiero ni imaginar cuántos de los casi 7 mil millones que somos nos convertiríamos en asesinos.
Por eso siempre vamos en deterioro. Jamás se nos ha dejado demostrar nuestra esencia sin causas ni consecuencias, y con justa razón. Por eso están a miles de años de ser realizables proyectos como el Venus (http://www.thevenusproject.com/), donde no existe más recompensa (ni monetaria, ni religiosa, ni legal, ni física) que la satisfacción de saber que haces lo que te toca y que gracias a eso todo funciona. Y es precisamente gente que confía en la sensatez humana la que puede llegar a regalarnos de esta manera su tiempo y esfuerzo planeando proyectos que aún no son posibles.
¿Estamos mal entonces todos los que a diario vivimos confiando en la sensatez del compañero? ¿Estamos mal por creer que en el fondo la mayoría somos buenos por el sólo gusto de serlo?

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