viernes, 6 de marzo de 2009

Jueves de fichas en Tlatelolco.

Desde hace varios años he dicho que yo debí haber nacido poco antes del 50. Por mis gustos musicales, por mi terquedad, por el auge literario de latinoamérica en los 60's y 70's, porque no tendría blog y porque hubiera berreado, gritado y sido encarcelado muchísimas más veces de lo que aún no lo he hecho (sido.) Anoche una plática bastante interesante me hizo reafirmarlo.

Todos los jueves en la noche se supone que nos juntamos sin excusa ni pretexto al "jueves de fichas," desde si no mal recuerdo... hace unos 7 años. Hasta hace poco volvimos a jugar dominó (y con el sensacional cadaver vivo de un juego que ahora nos tiene desconcentrados de cualquier otra fuente de educación: el parchís) porque desde hacía varios años los jueves de fichas ya no tenían nada de fichas, eran unas reuniones enormes donde se vaciaban botellas y se ahorcaban cajetillas hasta medio tardesito (o tempranito, dependiendo si lo ves como mamá o como estudiante.) La tradición es que l reunión sea en casa de Don Muska y rara vez nos ha fallado.


De los jueves disfruto tres cosas: primero, que Don Muska sabe de buena música entrañable y le importa un reverendo carajo si a los que están en la reunión les gusta o no Calamaro, Andrés Cavas, la Guzmán o Metallica, él conecta su chismesito al estéreo y si no les gusta sólo no la canten, porque aquí eso se toca. Segundo, ningún jueves es igual a otro; la gente cambia (de nombre, de apodo, de amistades, de color de pelo, de pareja, de mentalidad, de camiseta) las pláticas evolucionan y al final de cuentas nosotros con ellas o ellas con nosotros, tanto así que si antes hablábamos de nuestra teacher winsconsina de 22 años que a todos nos tenía llenándonos las agujetas de baba, ahora hemos llegado a hablar hasta de cómo nos iría en nuestro primer examen de próstata (y de que varios se iban a volver a formar claro, la carrilla Torreonense jamás falta). Y por último, la tercera cosa que jamás olvidaré de los jueves de fichas (y a lo que voy con este post) es a los papás de Don Muska, Felipe y Chelita, que desde hace bastantes jueves ya no nos creen muchachos babosos que se quieren comer el mundo y nos hacen el honor de pasarse toda la noche del jueves con nosotros, incluso si Don Muska vuelve de su trabajo en la dulcería del cine hasta más tarde.

Hablando ayer con Don Felipe, mi mentor en el dominó, salió a tema el 2 de Octubre del 68, creo que estábamos hablando del papel de Benicio del Toro como el Che o de que la carne al albañil no los dejaba ni respirar y Don Muska estaba color mora por lo enchilado. El caso es que Don Felipe comenzó a contarnos cómo lo [vi]vió y por casi una hora estuvimos sumergidos en una crónica apegada a su memoria de todos los sucesos en el DF de Julio al 2 de octubre de 1968. Que todo comenzó por una pelea campal entre dos secundarias o prepas, que lo que pasó en la plaza de las 3 culturas fue el resultado del hartazgo de las dos partes. Discutía Don Felipe que en tan pocos meses no puede subir un lider la enorme escalera de la fidelidad del populismo; y es que a mi forma de verlo fue un movimiento express que hirvió el coraje de chilangos y provincianos en menos de lo que se dice ¡Fuego! Én esos tres meses hubo niños acribillados, soldados molotoveados, funcinarios de hacienda incrustrados en el pavimento frente a Palacio Nacional, marchas mutiadas, sitios, craneos rotos, desaparecidos, paramédicos de la cruz roja y la verde amenazados a punta de balloneta para no intervenir, sindicatos encabronados, un presidente-títere de gira por el mundo, estudiantes arrepentidos de haber ido a la marcha, hermanos mayores buscando a los menores (y viceversa,) padres a sus hijos, hijos a sus padres, campos militares atiborrados de heridos y restos de cadáveres secuestrados; hubo toma de universidades, de preparatorias, pipilas miltarizdos que derribaron con bazucazos la enorme puerta de madera de un convento-base, maestros que duraron una eternidad encarcelados, gente arrepentida de haber alojado urgentemente en su casa a un estudiante que escapaba aquel 2 de octubre. Hubo atletas extrangeros listos para las olimpiadas paseándose por Chapultepec sin que nadie los tocara. Hubo tatuajes de impuestos "provicionales." Hubo tanta matanza indiscriminada que no sé en qué se habrá gastado más dinero, si en las Olimpiadas o en enjuagar las calles de toda la sangre, los huesos triturados por los tanques y los cadáveres que si bien les fué a los familiares, aparecían y aparecían completos. Hubo de todo, de todo lo inimaginable. De todo menos responsables. El jefe supremo del ejército, el niño Gustavito, se andaba paseando y ni peso de conciencia dijo haberse llevado (http://www.youtube.com/watch?v=K9UqJtBAjbs).
Ahora digo que, conociéndome, hubiera andado entre protestas cargando pancartas y enormes muñecos quemables de cartón. Lo digo porque no estuve ahí, porque a veces me inunda el coraje por no haber estado. No lo viví, sobre Tlatelolco me tocó escuchar canciones, leer libros, ver videos en YouTube, sentir el resentimiento, me tocó oler los restos de la humadera y la sangre caliente. Me tocó escuchar el testimonio 40 años y medio después, en un jueves de fichas, entre caguamas de Indio, marlboros rojos y el noticiero de fondo hablando sobre 20 muertos y 7 heridos en una cárcel de Juárez.

1 comentario:

  1. Yo no creo que hubiera querido estar ahí. A mi familia le tocó la contraparte. Militares forzados a matar y familiares afectados por el temor a que los estudiantes -cuando andaban sin líderes íntegros- fueran a comenzar a hacer desmanes arbitrariamente (lo cual llegó a pasar, obviamente por el estado de furor y descontrol de la época).

    Lo que es un hecho es que cada vez que voy a lugares como la Plaza de las Tres Culturas, con esa carga emocional tan incrustada en el aire mismo y en las piedras, siempre me dan ganas de llorar.

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lo que dicen tus brazos tercos...