martes, 5 de enero de 2010

Muchos olotes

Sobre este viaje no sé qué decir en concreto. Fue más fácil (aunque mucho más tardado) saber qué decir sobre la estancia en la Tarahumara en semana santa. No sé si fue que no dejé fermentar tanto la experiencia como lo hice con la ida a Chihuahua, no me regresé a mi casa a meditar ni tuve muchas otras circunstancias que rodearon aquella otra vivencia. A ésta le siguieron más viajes, fiestas, amigos, familia y ahora sí conté detalles a quien me los preguntaba o no. No sé si sea la valoración de una primera y única experiencia antepuesta a la expectativa de la segunda, siempre expuesta a la comparación. Puedo al menos decir bajo esta mala costumbre de andar comparando experiencias, que Chiapas fue muy, muy diferente (comenzando por esta persona que iba, que tuvo un año con bastantes cambios de planes y planos). Diferente en todo, no sé si mejor o peor, quedan bastante ridículas aquí esas palabras. Conocí personas muy interesantes, re-conocí y desconocí a otras tantas; y los lugares ni para qué describirlos, ahí están las fotos. Nunca había visto las nubes bajo mis zapatos sin ir en un avión, nunca había usado por tanto tiempo un machete, nunca me había importado un carajo tantas cosas e importado con tanto ahínco otras con las que sinceramente mi vida seguiría siendo igual se arreglaran o no.

La primera noche que pasamos en la casa de Lorenzo, el hombre que en la comunidad nos dio techo y un cuarto que ocupaba más de la mitad de su casa, me desperté con el ruido de alguien llorando, llorando en serio, con un dolor viejo y cansado que de seguro no era físico, o tal vez sí, el llanto agudo de un cuerpo que de tanto trabajar y sufrir ya llora solo sin que el dueño le dé permiso. No sé si Lorenzo lloraba por el recuerdo de su mujer, por su pobreza material, por dolores en los huesos o por el coraje de sus 45 mártires que al parecer nadie mató; sólo sé que en la mañana sin yo decirle nada, Lorenzo de alguna forma me leyó en la cara que lo había escuchado y sólo me dijo con voz de niño que lleva muchísimo tiempo llorando: Estoy cansado. No investigué más, no supe de qué iban cargados los lamentos en Tzotzil que las hijas de Lorenzo le intentaban hacer menos dolorosos a media madrugada, no supe pero espero llegar a comprenderlo.

La última noche pasé casi una hora jugando con Sergio (5 o 6 años) a hacer figuras con olotes sobre la tierra y también a rodar de ida y venida un olote de dos que yo tenía en mis manos a dos que él tenía en las suyas (como una H a la que el puente de en medio le rueda de un extremo a otro). Todo lo vivido y lo que puedo contar sobre mis días en Cruzton, Chenalho, Chiapas, queda entre estas dos cosas, y va y viene de una a otra como el trozo de olote de mis manos a las de Sergio. Tal vez Lorenzo llegó a jugar con los restos de un maíz cuando era niño, tal vez Sergio va a tener la misma tristeza cansada a los 50. Y es muy probable, que uno con la vejez y otro con la madurez, me olviden.

Es curioso cómo vamos a una comunidad y después en las juntas de resumen decimos: falta cemento, falta higiene, falta una mejor nutrición, faltan casas limpias y decentes, faltan sonrisas de dientes sanos, falta una secundaria, faltan zapatos. Lorenzo y Sergio bien podrían ir a cualquiera de nuestras colonias y culturas modernas y decirnos: sobra cemento, sobran zapatos, sobra nutrición, faltan corazones limpios y decentes, faltan sonrisas verdaderas, falta gente que considere hermano a toda persona; pero estoy seguro que dirían sobre todo que sobran armas, nintendos, teles, teibols, bares, casinos, ipods, cafecitos… y que faltan muchos, pero muchos olotes.

Cómo quisiera hablar Tzotzil y no estar escribiendo esto en español, para que los que en verdad deben leerlo pudieran entenderlo.

Batcuum yamikotic.