viernes, 22 de mayo de 2009

Olor a muerto

Caritina rompió en llanto cuando entró a la cocina y sintió que el mundo otra vez estaba por oler a muerto. Calentó tres cucharadas de agua acanelada y se las untó en los ojos antes de que todo volviera a caer en el mismo espiral decadente en el que tenía décadas reincidiendo hasta el cansancio. Pateó como pudo los trozos de manzana ya café para poder encontrar el cedazo mugriento y secarse los ojos. –Esta pinche agua tenía otra cosa.- dijo tallándose los ojos con los nudillos de los índices. Abrió las puertas de la alacena para buscar alguna servilleta limpia, pero el taladrante rechinido de las bisagras le perforó la poca paciencia que le quedaba y la hizo dar un manotazo ciego sobre la madera hinchada, justo ahí donde cincuenta años atrás hubiera estado desmenuzando pollo o despellejando tomates cocidos junto al molcajete de piedra de su madre. La mano aplastó algo que crujió como cucaracha pero olió como ciruela podrida. Caritina busco de nuevo a tientas el cedazo y se lo pasó por los dedos sin lograr limpiarlos en absoluto. -¿Dónde chingados están las servilletas?- le gritó sin esperanza al remiendo de soledad añeja que le quedaba, al tiempo que las rodillas le temblaban y sus piernas cedían como dos cañas secas que la dejaban caer de sentón en el suelo grasiento. El llanto vino más fuerte y ella se lavó las palmas a medias. Extendió su brazo izquierdo sobre el suelo y comenzó a masticar el primer trozo de fruta que pudieron tocar sus dedos. Pasaron tres horas y vino el silencio. A Caritina jamás le había fallado un solo presentimiento: el mundo otra vez estaba por oler a muerto.

2 comentarios:

lo que dicen tus brazos tercos...